El sueño

Desperté en medio de mi sueño. Caminé por el gusto de pisar la arena ficticia que los astros reflejaban en las aguas de lo infinito. Llegué hasta la tierra de los duendes, dónde hallé amantes petrificados por tanto amar; fuentes de sangre que se colmaban de paciencia; enormes monumentos absortos por un futuro incierto, decorados con las almas de los ahogados en los pecados a los cuales no sucumbieron jamás. Me topé con una espada tirada en el piso. La levanté y quemó mi mano. No la solté, se unió a mi cuerpo convirtiéndose en mi extremidad. Es más filosa que la lengua de aquel que se retuerce sobre el monolito, babeándolo todo con sus ansias de conquistar lo que no puede ser adorado. No hay figura humana que pudiese reconocer, ni algún monstruo que se colara hasta estos parajes. Ellos habitan más allá de los sueños y las pesadillas. Ellos viven en los recuerdos que nos negamos a soltar. El aire me rozó la cara dejándome cicatrices, y el fuego envolvió todo cuando los astros emprendieron su huída a la tierra. Llamas azules que no queman, perseguían los sueños hasta hacerlos suyos. No me extrañaría que mis cenizas se mezclaran con el infinito mundo de los espejismos, así como mi mente se ha unido a la utopía del no ser…

(Fragmento de "La Calle de las Brujas")