A tu salud.
Todos los días veía el periódico para ver si su alegre rostro aparecía en alguna página; si descubrían que había sido un terrible error. Desde entonces, diario, le he escrito cartas que jamás serán entregadas. Sigue siendo mi mejor amigo, porque dentro de esta locura matutina que me embarga, siento que sigue ahí, esperando en el aeropuerto donde llegué tarde. Llegué tarde. Tan tarde... Miro nuestra foto y pienso que si estuviera aquí, tantas cosas que diría, tal vez me haría reir. Ya no río mucho estos días. Estoy desolada. Quisiera que el mundo se derrumbara, que lloviera, que se abrieran grietas en la tierra que se tragaran a la gente. Que la radio sólo tocara canciones tristes hasta la muerte. Pero no. El día está soleado. Odio el sol. Soy el grinch del sol. La gente se ve alegre. Al menos se ve más alegre que yo. Y mi teléfono no suena con su voz, esa voz llena de suspiros que anhelo escuchar. Si mi temor no me pendejeara con este ademán tan evidente, correría a decirle a aquel lo mucho, lo mucho, lo mucho que me da frío sin su cínica mirada que todo el mundo califica de sin-sentimientos por no conocerlo. Nadie lo conoce más que yo.
Y mientras mis dedos se mueven como tentáculos sobre el teclado pienso en Erick y lo que me diría: Sí, ve por él. ¡Carajo, dilo Erick! Pero no, no lo dirá jamás.
¿A alguien le importó que falleciera en los atentados de España? No. A nadie. Se volvió un número más, una sombra, un cortometraje que dejó a medias, una noticia de las 9 en un noticiero mediocre. Se volvió parte de mi pasado, un eco.
Ahora me entero de la noticia del periodista muerto en Oaxaca. ¿Hasta cuando? ¿Acaso a alguien le importa de verdad lo que sucede allá? ¿O es hasta que alguien a quien amas profundamente desaparece? ¿Lo han pensado? Alguien con más vida que muchos juntos, que no le tocaba, que sólo hacía su trabajo, ahí tirado en el piso, con una sábana que cubre los horrores que vieron sus ojos. La gente que lo espera.
Estás sentado en tu teclado, escuchando las noticias y de pronto escuchas el nombre de aquel, de aquella... tu corazón se detiene un momento, tal vez sea un error, no está sucediendo, dios, marcas, no responde, jamás lo hará, no puedes creerlo, no lo creerás, ahora no regresará...
Siempre, siempre habrá alguien que te espere.
Y ahora esta escritora espera lo que no ha de llegar...
Y sigo esperando...
¿Más?
No doy crédito a la idiotez de los hombres... Ulises tiene razón, la estúpidez no tiene límites... mientras me aferro al abrazo dominguero que sin saberlo, me salvó de caer en un abismo más doloroso que este... sí--- existe.